martes, agosto 05, 2008

"El Misterio del Cuarto Amarillo", de Gastón Leroux

Capítulo XXVII. Donde Joseph Rouletabille aparece en toda su gloria.

Hubo un alboroto terrible. Se oyeron gritos de mujeres que se sentían mal. No hubo ninguna consideración por la majestad de la justicia. Fue un revuelo descontrolado. Todo el mundo quería ver a Joseph Rouletabille. El presidente gritó que iba a hacer evacuar la sala, pero nadie lo oyó. Entretanto, Rouletabille saltó por encima de la balaustrada que lo separaba del público sentado, se abrió camino a codazos, llegó junto a su director, que lo abrazó con efusión, tomó su carta de las manos de aquel, la deslizó en su bolsillo, penetró en la parte reservada de la sala y llegó así hasta el estrado de los testigos, empujado, empujando, el rostro como una esfera escarlata que iluminaba todavía más la chispa inteligente de sus grandes ojos redondos. Tenía ese traje inglés que le había visto la mañana de su partida -¡pero en qué estado, mi Dios!- el abrigo en el brazo y la gorra de viaje en la mano. Y dijo:

-Pido disculpas, señor presidente, ¡el transatlántico se retrasó! Vengo de Norteamérica. Soy Joseph Rouletabille.

Estalló una carcajada. Todos estábamos felices con la llegada de ese muchacho. A todos nos parecía que acababan de quitarnos un inmenso peso de encima. Respirábamos. Teníamos la certeza de que realmente traía la verdad... de que nos haría conocer la verdad...

Pero el presidente estaba furioso.

-¡Ah! Usted es Joseph Rouletabille... -repitió el presidente-. Y bueno, le enseñaré, jovencito a no burlarse de la justicia... En espera de que el tribunal delibere sobre su caso, y en virtud de mi poder discreional, queda usted a disposición de la justicia.

-Pero, señor presidente, eso es precisamente lo que pido: estar a disposición de la justicia... He venido a ponerme a disposición de la justicia... Si mi entrada ha armado un poco de revuelo, le pido disculpas al tribunal... Crea, señor presidente, que nadie respeta la justicia más que yo..., pero entré como pude...

Se echó a reír y todo el mundo rió.

-¡Llévenselo! -ordenó el presidente.

Pero el letrado Henri-Robert intervino. Empezó por disculpar al joven, mostró que estaba animado de los mejores sentimientos, hizo comprender al presidente que difícilmente se podía prescindir de la declaración de un testigo que había dormido en el Glandier durante toda la semana misteriosa, de un testigo, sobre todo, que pretendía demostrar la inocencia del acusado y aportar el nombre del asesino.

-¿Va a decirnos el nombre del asesino? -preguntó el presidente, agitado pero escéptico.

-Pero, señor presidente, ¡si no he venido nada más que para eso! -dijo Rouletabille.

En la sala estuvieron a punto de aplaudir, pero los enérgicos ¡shh! de los ujieres restablecieron el silencio.

-Joseph Rouletabille -dijo el letrado Henri-Robert- no está citado oficialmente como testigo, pero espero que, en virtud de su poder discrecional, el señor presidente esté dispuesto a interrogarlo.

-¡Está bien! -dijo el presidente-, lo interrogaremos. Pero terminemos de una vez...

El fiscal se incorporó:

-Tal vez sería mejor -observó el representante del ministerio público- que este joven nos diga de inmediato el nombre de quien él denuncia como asesino.

El presidente aceptó con una irónica reserva:

-Si el señor fiscal le otorga alguna importancia a la declaración del señor Joseph Rouletabille, no veo inconveniente en que el testigo nos diga de inmediato el nombre de su asesino.

Se hubiera oído volar una mosca.

Rouletabille se calló, mirando con simpatía al señor Robert Darzac, quien, por primera vez desde el comienzo del debate, mostraba una expresión agitada y llena de angustia.

-Y bien -repitió el presidente-, lo escuchamos, señor Joseph Rouletabille. Esperamos el nombre del asesino.

Rouletabille buscó tranquilamente en el bolsillo de su chaleco, sacó un enorme reloj de bolsillo, miró la hora y dijo:

-Señor presidente, recién podré decirle el nombre del asesino a las seis y media. ¡Todavía nos quedan cuatro largas horas por delante!

En la sala se oyeron murmullos de asombro y desilusión. Algunos abogados dijeron en voz alta:

-¡Se burla de nosotros!

El presidente parecía estar encantado; los letrados Henri-Robert y André Hesse estaban molestos.

El presidente dijo:

-Esta broma ha durado bastante. Puede retirarse, señor, a la sala de los testigos. Queda a nuestra disposición.

Rouletabille protestó:

-¡Le aseguro, señor presidente -gritó con su voz aguda y chillona-, le aseguro que, cuando le haya dicho el nombre del asesino, comprenderá que no podía decírselo sino a las seis y media! ¡Palabra de honor, hombre! ¡Palabra de Rouletabille!... Pero, mientras esperamos, puedo darle algunas explicaciones sobre el asesinato del guardabosque... El señor Frédéric Larsan, quien me vio trabajar en el Glandier, puede decirle con qué cuidado estudié todo este caso. Por más que tenga una opinión contraria a la suya y afirme que al hacer detener al señor Robert Darzac hizo detener a un inocente, no duda de mi buena fe, ni de la importancia que es preciso acordarle a mis descubrimientos, que a menudo corroboraron los suyos.

2 comentarios:

SirThomas dijo...

Yo vi una versión cinematográfica de este libro. Versión argentina. Me gustó mucho. Es de la década del cincuenta la peli. Tiempo después me enteré del libro, aunque no lo leí.

De 1947 para ser preciso. Ahi vi que hay una del 2003 hecha en francia, veré si la puedo conseguir. La historia está muy buena.

Aunque me qued la duda, porque también parece existir una novela del mismo nombre, en castellano, de un autor argentino, un tal Gastón Leroux. Después chequeo bien. Por que la historia parece ser la misma :S

Saludos.

SirThomas dijo...

Si, se ve que a veces no presto mucha atención, porque en el título vos ponés que justamente el libro es de Gastón Leroux, que es el argentino que escribió la novela sobre la cual hicieron la película, pero de todas maneras hay otras versiones francesas que aún son un misterio.

Saludos.