martes, abril 07, 2009

"La Tregua", de Mario Benedetti

Lunes, 25 de febrero

Me veo poco con mis hijos. Nuestros horarios no siempre coinciden y menos aún nuestros planes o nuestros intereses. Son correctos conmigo, pero como son, además tremendamente reservados, su corrección parece siempre el mero cumplimiento de un deber. Esteban, por ejemplo, siempre se está conteniendo para no discutir mis opiniones. ¿Será la simple distancia generacional lo que nos separa, o podría hacer yo algo más para comunicarme con ellos? en general, los veo más incrédulos que desanimados, más reconcentrados de lo que yo era a sus años.

Hoy cenamos juntos. Probablemente haría unos dos meses que no estábamos todos presentes en una cena familiar. Pregunté, en tono de broma, qué acontecimiento festejábamos, pero no hubo eco. Blanca me miró y sonrió, como para enterarme de que comprendía mis buenas intenciones, y nada más. Me puse a registrar cuáles eran las escasas interrupciones del consagrado silencio. Jaime dijo que la sopa estaba desabrida. “Ahí tenés la sal, a diez centímetros de tu mano derecha”, contestó Blanca, y agregó, hiriente: “¿Querés que te la alcance?” La sopa estaba desabrida. Es cierto, pero ¿Qué necesidad? Esteban informó que, a partir del próximo semestre, nuestro alquiler subirá ochenta pesos. Como todos contribuimos, la cosa no es tan grave. Jaime se puso a leer el diario. Me parece ofensivo que la gente lea cuando como con su familia. Se lo dije. Jaime dejó el diario, pero fue lo mismo que si lo hubiera seguido leyendo, una que siguió hosco, alunado. Relaté mi encuentro con Vignale, tratando de sumirlo en el ridículo para traer a la cena un poco de animación. Pero Jaime preguntó: “¿Qué Vignale es?” “Mario Vignale”. “¿Un tipo medio pelado, de bigote?” “El mismo”. “Lo conozco. Buena pieza -dijo Jaime-, es compañero de Ferreira. Bruto coimero”. En el fondo me gusta que Vignale sea una porquería, así no tengo escrúpulos en sacármelo de encima. Pero Blanca preguntó: “¿Así que se acordaba de mamá?” Me pareció que Jaime iba a decir algo, creo que movió los labios, pero decidió quedarse callado. “Feliz de él -agregó Blanca-, yo no me acuerdo.” “Yo sí”, dijo Esteban. ¿Cómo se acordará? ¿Como yo, con recuerdos de recuerdos, o directamente, como quien ve la propia cara en el espejo? ¿Será posible que él, que sólo tenía cuatro años, posea la imagen, y que a mí, en cambio, que tengo registradas tantas noches, tantas noches, tantas noches, no me quede nada? Hacíamos el amor a oscuras. Será por eso. Seguro que es por eso. Tengo una memoria táctil de esas noches, y ésa sí es directa. Pero ¿y el día? durante el día no estábamos a oscuras. Llegaba a casa cansado, lleno de problemas, tal vez rabioso con la injusticia de esa semana, de ese mes.

A veces hacíamos cuentas. Nunca alcanzaba. Acaso mirábamos demasiado los números, las sumas, las restas, y no teníamos tiempo de mirarnos nosotros. Donde ella esté, si es que está ¿Qué recuerdo tendrá de mí? En definitiva, ¿Importa algo la memoria? “A veces me siento desdichada, nada más que de no saber qué es lo que estoy echando de menos”, murmuró Blanca, mientras repartí los duraznos en almíbar. Nos tocaron tres y medio a cada uno.

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