"Diez Negritos", de Agatha Christie
Capítulo XVI.
Dos siglos pasaron. El mundo daba vueltas y desaparecía en la nada. El tiempo avanzaba. Millares de generaciones se sucedían.
No, solamente un minuto acaba de pasar. Dos seres humanos estaban de pie, junto a un cadáver, mirándole constantemente.
Despacio, muy despacio, Vera Claythorne y Philip Lombard levantaron la cabeza y sus miradas se cruzaron.
Lombard se echó a reír.
-¿Y qué dice usted ahora, Vera?
-No hay nadie en la isla, nadie más que nosotros dos -respondió en voz baja.
-Precisamente. Ahora sabemos a qué atenernos. ¿No es verdad?
-¿Cómo ha podido arrojarse por la ventana en el momento preciso el oso de mármol?
Lombard alzó los hombros en señal de ignorancia.
-Sin duda se trata de un caso de brujería.
¡No dirá que no ha sido bien realizado!
De nuevo sus ojos se encontraron y Vera pensó:
«¿Cómo no se me habrá ocurrido mirar bien su cara? Parece un lobo... con sus dientes largos y puntiagudos.»
Lombard profirió con una voz que semejaba un gruñido lleno de amenazas:
-Nos encontramos frente a la verdad, y es el final, ¿comprende?
Vera respondió con mucha calma:
-Sí, comprendo.
Su mirada paseose sobre el océano... el general MacArthur también había contemplado el mar durante mucho rato... ¿Cuándo era eso...? Ayer nada más... ¿No fue anteayer? El también pronunció la misma frase: «Esto es el fin...» y la profirió con resignación... hasta con alegría.
Pero Vera se sublevaba ante el recuerdo.
-No, no, esto no será el fin.
Bajando los ojos hacia el cadáver, murmuró:
-¡Pobre doctor Armstrong!
Lombard mofose:
-¿Qué significa eso ahora? ¿Piedad?
-¿Por qué no? -replicó Vera-. ¿Usted no siente ninguna piedad?
-En todo caso no la tengo por usted. ¡No lo piense!
La joven se inclinó hacia el cadáver y dijo:
-Hay que llevarlo a la casa.
-En compañía de los demás. Así todo estará en orden -dijo Lombard con ironía-. Yo no lo tocaré. Se puede quedar aquí.
-Lo menos que podemos hacer -dijo Vera- es subirle un poco más sobre las rocas, fuera del alcance de las olas de la marea alta, para que no se lo lleven.
Lombard se echó a reír.
-¡Bueno!
Se inclinó y tiró del cuerpo de él. Vera, para ayudarle, se apoyó en su compañero. Consiguieron, tras grandes esfuerzos, sacar el cuerpo y ponerlo en el nivel superior de las rocas, al abrigo de las olas.
Lombard se enderezó y dijo a su compañera:
-Estará usted satisfecha, ¿no?
-Sí, perfectamente.
El tono de voz que empleó hizo volverse a Lombard. Cuando llevó la mano al bolsillo del revólver notole vacío.
Habiendo retrocedido dos pasos, Vera tenía el revólver en su mano.
Lombard dijo con aire burlón:
-¿Es por eso por lo que quería ser piadosa? ¿Se propuso robarme el revólver?
Vera asintió con la cabeza, pero su mano sujetaba con firmeza la pistola.
Ahora rondaba la muerte alrededor de Lombard. Jamás la sintió tan cerca. Sin embargo, no se declaró vencido. Con voz autoritaria le ordenó:
-Devuélvame el revólver.
Vera, a su vez, se echó a reír.
-Ande, devuélvamelo -insistió Lombard.
Su cerebro funcionaba con lucidez. ¿Qué haría? ¿Hablaría cariñosamente a Vera para desvanecer sus temores o quitárselo por sorpresa?
Toda su vida había escogido el riesgo. Esta vez también adoptó su método favorito.
Calmoso y decidido a usar argumentos convincentes, le dijo:
-Escúcheme, querida amiga, escuche bien...
En ese momento se abalanzó sobre ella... tan rápido como la pantera...
Instintivamente Vera apretó el gatillo.
El cuerpo del joven, herido en pleno salto, cayó pesadamente sobre las rocas.
Vera se acercó revólver en mano, dispuesta a tirar por segunda vez.
Pero esta precaución fue inútil...
Philip Lombard estaba muerto... de una bala en el corazón.
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