"El Oso y El Dragón", de Tom Clancy
Capítulo IV. Sacudiendo el pomo.
No importaba en qué ciudad o país se encontrara uno, se dijo Mike Reilly a sí mismo. El trabajo de la policía era siempre el mismo. Uno hablaba con posibles testigos, con posibles implicados y con la víctima. Aunque en esta ocasión no hablaría con la víctima. Grisha Avseyenko nunca volvería a hablar. El patólogo asignado al caso comentó que no había visto semejante desastre desde su período de uniforme en Afganistán. Pero era de esperar.
El lanzacohetes utilizado había sido concebido para perforar carros blindados y búnkers de hormigón, que era más difícil que destruir un vehículo privado destinado al transporte de pasajeros, aunque se tratara de un coche tan caro como el alcanzado en la plaza Dzezhinskiy. Eso significaba que las partes del cuerpo eran difíciles de identificar. Resultó que las muelas empastadas de media mandíbula bastaron para determinar con gran certeza que el fallecido era efectivamente Gregoriy Filipovich Avseyenko, como confirmarían más adelante las pruebas de ADN (así como el grupo sanguíneo, que también coincidía).
Ningún fragmento del cuerpo era lo suficientemente grande para su identificación; la cara, por ejemplo, había desaparecido por completo, así como el antebrazo izquierdo, en el que llevaba un tatuaje. Su muerte había sido instantánea, declaró el patólogo, después de guardar los fragmentos examinados en un recipiente de plástico, que a su vez se introdujo un una caja de roble, probablemente para su posterior incineración, después de que la milicia moscovita comprobara si existía algún pariente y averiguara sus intenciones respecto a los restos mortuorios. El teniente Provalov suponía que se optaría por la incineración. Además de ser el método más fácil, rápido y limpio, también era más barato encontrar un lugar de reposo para una pequeña caja o una urna, que para un ataúd con un cadáver en su interior.
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