miércoles, marzo 05, 2008

"A Sangre Fría", de Truman Capote

Capítulo III - Respuesta

- Bueno, pues cuando vimos que no podíamos encontrar la caja fuerte, Dick apagó la linterna y a oscuras salimos del despacho y entramos en una sala de estar. Dick me susurró si no podía andar con más suavidad. Pero a él le pasaba lo mismo. Cada paso que dábamos hacía un ruido horrible. Llegamos a un pasillo y a una puerta. Dick, recordando el plano, dijo que era la de un dormitorio. Encendió la linterna y abrió la puerta. Un hombre dijo: «¿Cariño?» Estaba durmiendo, parpadeó y preguntó otra vez: «¿Eres tú, cariño?» Dick le preguntó: «¿Es usted el señor Clutter?» Se despertó del todo, se incorporó y dijo: «¿Quién es? ¿Qué quiere?» Dick le contestó muy cortésmente, como si fuéramos un par de vendedores a domicilio: «Queremos hablar con usted, señor. En su despacho, si no le importa.» Y el señor Clutter, descalzo con sólo el pijama puesto, vino con nosotros al despacho y encendimos las luces.

» Hasta entonces no había podido vernos muy bien. Creo que lo que vio le produjo una impresión fuerte. Dick va y le dice: “Ahora, señor, sólo queremos que nos enseñe dónde tiene la caja fuerte.” Pero el señor Clutter le contesta: “¿Qué caja fuerte?” Nos dice que no tiene ninguna caja fuerte. Supe inmediatamente que era verdad. Tenía esa clase de cara. En seguida te das cuenta de que dijera lo que dijera, sería siempre la verdad. Pero Dick le gritó: “¡No me mientas, hijo de perra! Sé puñeteramente bien, que tienes una caja fuerte.” La impresión que tuve fue que nunca le habían hablado así al señor Clutter. Pero él miró a Dick directamente a los ojos y le dijo con mucha suavidad... le dijo... bueno, que lo sentía pero que nunca había tenido una caja fuerte. Dick entonces le golpeó el pecho con el cuchillo gritando: “Dinos dónde la tienes o lo vas a sentir, de veras.” Pero el señor Clutter, ¡oh!, se daba uno cuenta de que estaba aterrado aunque su voz seguía siendo tranquila y firme. Siguió negando que tuviera ninguna.

» Fue en uno de aquellos momentos cuando arreglé lo del teléfono. El que había en el despacho. Le corté los cables. Y le pregunté al señor Clutter si había otro en la cocina. Así que cogí mi linterna y me fui a la cocina, que estaba muy lejos del despacho. Cuando encontré el teléfono, descolgué el auricular y corté la línea con unos alicates. Luego, cuando volvía oí un ruido. Un crujido arriba. Me detuve al pie de las escaleras. Estaba oscuro y no me atreví a usar la linterna. Pero vi que había alguien allí. Al final de las escaleras, destacándose contra la ventana. Una sombra. Luego desapareció.

Dewey se imagina que debió de ser Nancy. En teoría había supuesto muchas veces, basándose en el hallazgo de su reloj de oro en el fondo de un zapato encerrado en el armario, que Nancy había despertado, había oído gente en la casa y pensando que podían ser ladrones había escondido prudentemente el reloj, su más valiosa propiedad.

- En mi opinión podía ser alguien con un fusil. Pero Dick no quería escucharme. Estaba muy ocupado haciéndose el duro. Mandando al señor Clutter de un lado a otro. Lo había llevado otra vez al dormitorio y se entretenía en contar el dinero que llevaba el señor Clutter en su billetero. Había unos treinta dólares. Arrojó el billetero sobre la cama y dijo: «Tiene más dinero en casa, estoy seguro. Un hombre así de rico. Que vive en semejante casa.» El señor Clutter le dijo que aquél era todo el dinero que tenía y le explicó que siempre pagaba con cheques. Ofreció firmarnos un cheque. Dick estalló de rabia: «¿Es que nos toma por retrasados mentales?» Yo creí que Dick lo iba a golpear. Entonces dije: «Oye, Dick. Hay alguien despierto arriba.» El señor Clutter nos dijo que arriba sólo estaba su mujer, su hijo y su hija. Dick quiso saber si su mujer tendría dinero y el señor Clutter le contestó que si tenía algo sería muy poco, unos dólares, y nos pidió, de veras, casi desesperadamente, que no la molestáramos porque estaba enferma desde hacía mucho tiempo. Pero Dick insistió en que quería subir. Hizo que el señor Clutter pasara delante.

» Al pie de la escalera, el señor Clutter encendió las luces del pasillo de arriba y mientras subíamos dijo: “No comprendo por qué hacéis esto. Yo jamás os hice daño. Ni siquiera os he visto nunca.” Entonces fue cuando Dick le dijo: “¡A callar! Cuando queramos que hable, se lo diremos.” En el pasillo de arriba no había nadie y todas las puertas estaban cerradas. El señor Clutter señaló las habitaciones donde el hijo y la hija dormían y luego abrió la puerta de la habitación de su esposa. Encendió la lamparita que había visto junto a la cama y le dijo: “No tengas miedo, cariño. Todo va bien. Estos hombres sólo quieren dinero.” Era una mujer delgada, frágil, con un camisón blanco. En el instante en que abrió los ojos comenzó a llorar.

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